Sobre afonía

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Cuando hablo de, hablo de un grito que rompe la noche y silencia mi garganta. No hay eco en Isla Polar, sólo una voz que se pierde en la afonía. Hoy la lluvia no devuelve mis palabras. Todo lo llena el silencio. Las palabras no se transmiten por el vacío del espacio. Todo lo que crece en Isla Polar está aislado del miedo.

Sobre lentes

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A veces me siento, como Iribarren y me pregunto que hago mirando la lluvia, si no llueve.

Labro la tierra con mis manos sin quitar ninguna hierba de la misma. No hay malas-hierbas en Isla Polar. Sólo me entretengo en acariciar la tierra y mimarla como me enseño mi abuelo cuando yo apenas tenía 6 años. Ojalá recordase su voz cuando me llamaba grillo porque me escondía entre las tomateras a comer el tomate recién cogido. Ojalá recordase lo poco que le dió tiempo a mostrarme.

Cuando hablo de lluvia hablo de tardes de recuerdos, hablo de una foto en una carretera vacía. Hablo de la primera vez que pisé Isla Polar cuando apenas era un iceberg.

Cuando hablo de lluvia hablo de lo quien fui , hablo de quien soy y quien seré.

Lágrimas, lentes del telescopio

Sobre desnudez

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Si hablo de lluvia, a veces, hablo de lágrimas, pero no de aquellas que desdibujan el rostro, si no de aquellas que limpian la mirada. Hablo de abrazos del cielo sobre la piel hermética. Si hablo de lluvia hablo de vida. Lo que dice la lluvia de mi llega a tus oídos y hacen eco. El camino que lleva a la otra mitad de Isla Polar se detiene y avanza con la luz del día. Aquel camino que qiedo fracturado con la colision y los percances de la travesía. En mi trozo de isla hábito mientras jacobo me muestra el camino desde la otra mitad. No es que no pueda pisar la tierra que la sustenta, es que no quiero profanar las con mis pies desnudos

Sobre conversaciones cálidas

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Si hablo de lluvia hablo del golpe de las gotas de agua sobre el tejado de mi infancia. Hablo del sonido que produce el leve golpeteo de las gotas sobre las  llamas y el cisco a finales de otoño. No hablo de la lluvia que  borra los colores, sino de aquella que al depositarse sobre el húmedo suelo se endurece con el frío de la noche y se congela protegiéndose de la intemperie. Hablo de diálogos del cielo con la tierra. Conversaciones cálidas detrás de los cristales y  recuerdos celosamente custodiados. Hablo de las palabras detrás de los cristales y de las personas detrás de las palabras. Si hablo de lluvia hablo de una cadencia de susurros que lejos de borrar lo que humedece escribe un libro con sonidos. Si hablamos de leer, hablemos sobre cómo leer el código de las nubes. ¿Llueve en B612?

Me siento a mirar como llueve en la mitad de mi Isla. Mis alas replegadas. Isla Polar huele a café.

Sobre lluvia

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La mitad de mi Isla es cálida. Desde la montaña veo el mar y el faro. El limonero sobre sale en el patio buscando la luz. Las abejas juegan al rededor de mi. Se posan en mis manos mientras mis dedos las acaricia, levemente. A veces me siento a mirar las hormigas. La travesía ha sido dura y larga pero nunca han perdido su rumbo. El resto de la mitad de mi Isla está hecha un desastre, como las ruinas de una casa deshabitada que el tiempo se ha encargado de desfigurar. Oso Polar sale a saludarme, de lejos. Aún no sé cómo sobrevive en este desastre.

Hacía tiempo que no me paraba de notar cómo el aire inunda los pulmones y éstos se expanden. A veces me paro a respirar. A veces hasta que paro a vivir.

En las noches de inhóspito frío Jacobo me protege.

Y esto va para ti, si algún día vuelves por estas páginas… A veces la vida es como la lluvia, pero no como esa lluvia monótona y rutinaria que borra los colores. Llueve en la mitad de mi Isla, pero cada gota de agua refleja el color que le apetece. Lluvia iridoscente. Como las plumas de Jacobo

Sobre Mitades

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A veces el cielo me rodea y me dejo acurrucar por él. Cierro los ojos y siento cómo la brisa me abraza. El tiempo se detiene en cada pliegue que las sombras dibujan sobre la arena que me sostiene. Vivo. Cierro los ojos y la noche aparece. Si me concentro oigo el susurro del viento entre las hojas al chocar entre si. Más que un choque, un beso. Una caricia sin un por qué, un beso inocente, un abrazo tímido. Mis dedos aprietan mis sienes. Cierro los ojos y en la oscuridad de la noche aparecen los colores. La iridiscencia de mi Isla. Me arrodilló contra el suelo. Mis manos descansan sobre la tierra helada. Mis lágrimas humedecen el trayecto que las conducen a la tierra. Latido a latido. Late el centro de Isla Polar. Allí donde mis sentimientos han permanecido hibernando mientras la falsa razón errante justifica mis pasos.

Si Sedna existe viviría en el océano inuit de mis Isla. Al menos en la mitad de la Isla que hábito.

Sobre lágrimas

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Lloran las estrellas. A veces me gusta pensar que mi Isla es un barco pirata. Una botella perdida en el océano del Universo. Isla Polar fue un pecio a la deriva entre las lágrimas fugacess. ¿Cuantas lágrimas fueron a parar al cinturón de asteroides que me anclaban?

El faro permanece. Coloco la primera piedra de la estación que probablemente nunca tendrá pasajeros. Debajo de la sombra del primer árbol me sentaré cada tarde y veré mi océano desde la quietud del horizonte. Estando a solas no me invade la tristeza.

Cuando me encierro en mi mundo ajeno a la Isla no sé comunicarme con la gente que me rodea. Soy diestro en palabras y en desfiladeros donde la angustia de la estrechez disipa la falta de comunicación pues nadie tiene que escucharme salvo el gran cuervo que vela.

Soy diestro en lo angosto. Mi infancia solo fue durante un breve tiempo de papeles y acuarelas. Los colores llegaron después. Echo de menos al abuelo que se me fue y del que solo tengo recuerdos bonitos. Yo era su grillo y con ese recuerdo me permito llorar. No es que deje de escribir, es que a veces no encuentro el motivo para hacerlo.

Hoy lloro y mis lágrimas son recogidas por la tierra de la isla. Recuerdo como quemabamos rastrojos de noche y me permitía con 5 o 6 años mantener la hoguera encendida. Él me enseñó a cuidar de la tierra, a mover cemento y arena y hacer cimientos. Aquellos años yo fui feliz. Con él no tenía que hablar para comunicarme.

En este punto se me agotan las palabras. No es que no pueda seguir escribiendo, sino que el párrafo que falta se queda guardado con un verso de 8 palabras que tomé prestado de una pared cualquiera.

¿Cuando volverán las hadas?

Sobre lluvia.

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Vuelve la imagen recurrente que realizo desde adolescente como sacada de unos versos de Pizarnick que desconocía. Alzo mis dedos y juego a recortar estrellas. Quizás hace algunos años, no muchos jugaba a tumbarme acompañado y lo hacía, sin saberlo en conversaciones.

Pero ahora, la cuerda que no veo tiene la circunferencia exacta. Mis pies intactos sobre la superficie de Isla Polar. En este extremo, junto a la décimo tercera constelación no resuenan los ecos de la pandemia. Sólo oigo el sonido del universo que hoy llega a mi como acordes de laúd con cierto matiz metálico.

¿Desde cuándo no llueve sobre mi Isla?

Apenas amaneció cuando el destello de un ave me abstrae de mis collage particular. Un ave fénix recorre el océano iniut. Preludio de las aves que quedan por venir. La primera ave bautizada por los romanos como fénix llegó desde el-planeta-llamado-Tierra y tuve la oportunidad de verla.