Lloro. Llorar siempre me ha acompañado. Mi vida claudica ante la soledad de mi existencia, no solo lo hacen mis rodillas tras el salto. A veces ando por andar y hasta siento el peso de mi sombra. Lentamente llegan letras a mi cabeza y van formando palabras sin orden y sin sentido.
– ¿Qué te viene a la cabeza? Me pregunta la niña poeta.
– Ya te lo conté, respondo.
– No importa, cuéntamelo de nuevo.
El Dios-del-planeta-llamado-Tierra se entretiene en hurgar con sus dedos en mi estómago. Retumba en mi cabeza cada pensamiento que arrastra cada latido calculado de mi corazón. Todo es cuestión de física. Todo se pierde entre los actos y los olvidos. Mi cabeza es una trinchera. Mi corazón, una vez, fondeadero.
Odio las frases sin verbos y casi siempre recurro a ellas. Palabras desordenadas, caos sobre el escenario y vuestro Dios recreándose. ¿O seré simplemente yo, buscando culpables?
Las calles huelen como antaño pero mis pasos son distintos. Lloro por madre. Padre nunca existió. Aparece ahora para cuidarla.
Me descalzo para sentir la temperatura del suelo y la gravedad de mi peso. Siempre de viaje. El océano no tiene memoria. Frases sin verbos. Respiro hondo, cierro los ojos y dejo de escribir.