El diálogo de los Melios

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Mis párpados perplejopesan. El frío asciende desde el suelo hasta mi cuerpo y soy consciente que permanezco tumbado sobre el suelo.

La pesadez del cuerpo ingrávido me inunda y apenas consigo moverme. En mi mano, un frasco vacío con una etiqueta arañada. Mis uñas están tiznadas de negro. Creo que fui yo mismo quien desbrozó las letras del papel como si se tratase de musgo, aunque no consigo recordar el motivo de mi comportamiento. Todo está en silencio. Solo unos rayos de sol atraviesan la penumbra del bosque en el que me encuentro. No recuerdo como he llegado aquí y la sensación de dedos urgando en mi estómago permanace. Mi postura en el suelo es poco natural por lo que deduzco que me arrodillé y caí sin remedio y reparo.

A mi lado yace un báculo con una forma peculiar. Su mango, curvo, me recuerda a la cabeza de un cuervo aunque quizás mi imaginación solo vea lo último que recuerda: el graznido de un cuervo a lo lejos, justo antes de perder la conciencia.

– Intruso! Forastero! Vuelve al camino. Intruso! Extraño! Entrometido! Sal de nuestro bosque!

Las hojas de los árboles suavetintinean a la vez que el viento murmullea desde todas las direcciones palabras. El viento choca contra mi desde todos los frentes y la sensación de vértigo se apodera de mi cuerpo. Por su puesto, los árboles, lo saben todo.

No recuerdo mi nombre. No recuerdo quien soy a pesar de ser portador de numerosos conocimientos.

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