Sobre destrezas

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Inmutable, sin poder separar mi pie del suelo. La gravidez de Isla Polar es inusitadamente pesada incluso sin movimiento de rotación. Ya no soy tan diestro en laberintos. Desconozco la forma de resolver en el que me encuentro. No es lo suficientemente transparente. El otoño anido en mi cabello.

Sobre los motivos de la memoria

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Tengo que aplicar el principio básico de un acto poético: orientarme en lo extraño. Salir de nuevo a buscar a Jacobo. El viento estelar golpea mi rostro y dibuja siluetas en mis mejillas. El viento alborota mi pelo y juega a interrumpir mi vista. La edad empaña mis ojos. Soy consciente del mundo que me rodea pero permanezco inmóvil. ¿Cuanto tiempo hace que Sedna me admitió a audiencia? La memoria tiene sus motivos.

Sobre atardeceres en todas direcciones

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Una vez fui feliz en Isla Polar. Permanezco inmutable, como las leyes de la Física en un mundo donde ésta no aplica su lógica. Salí del camino y quedé asido por mi báculo. Ya no hombrosquean los árboles y apenas reconozco el trozo de Isla Polar que me sostiene. Ya no alcanzo a vislumbrar a Jacobo.

Si Dios existe, estará entretenido mirando el espectáculo. Ya no me planteo preguntas y escondo las lágrimas. Vivo en mi propia caverna.

Ya no me reconozco y empiezo a ser consciente que atardece en todas las direcciones.

Intentadlo, repito

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Soy el conjunto de mis decisiones. Aún permanezco inmóvil y mis ojos alcanzan a ver formas, algunas de ellas grotescas, que me rodean pero no se atreven a acercarse a mi.

Llevo un buen rato, involuntario, enjuagando mis ojos con las lágrimas.

-Intentadlo, repito, pero esta vez con una voz que parece salir de lo más profundo de mi. Es la primera vez que sostengo el báculo y no es él quien me sostiene a mí. Mi mano asida es apretada.

No sé si formó parte de Isla Polar o sólo soy un mero habitante, pero la amenaza resuena en mi estómago y lo retuerce.

¡Intentadlo!

Intentadlo.

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Una vez, mientras almorzaba, pensé en suicidarme. Tenía todo lo necesario para sufrir, pero me consolaba escribiendo poemas- me susurra la niña poeta-. Rezo/pequeño poema/no me huyas/no armes abismos/entre mi alma y tú.

El sabor metálico me sigue trayendo recuerdos. La pequeña niña poeta muerta tira de mí. Si. Una vez viví sobre una superficie de hielo. Una vez jugué a perder la conciencia sentado en la cama. Un recuerdo apartado de mi memoria me devuelve a la infancia olvidada, a una cicatriz antigua.

El suelo es frío.

Recuerdo rostros desdibujados en mi ceguera lúcida. Nada es oscuro. Una vez viví sobre una Isla de hielo. Ahora estoy en un bosque, el bosque del cuervo, en el pais de las hadas.

Ungüento de hadas. ¿Lo esencial es invisible a los ojos?

Permanezco quieto en medio de ninguna parte. Una vez aprendí a resolver laberintos. Ahora me enfrento al más complicado de todos. Aquel que tiene muchas posibles salidas.

– Báculo, ¿por qué he recordado que sé resolver laberintos?

– Tu cabeza es como el Pacifico. No tiene memoria.

-Rezo/pequeño poema/no te huyo/no armo abismos/entre tu alma y tú.

Desde las alturas oigo voces. Si, lo sé, desde las alturas…

-Isla Polar es nuestra.

Su nombre me ha sobresaltado. Báculo me ha golpeado pero no me he apartado. Una vez viví sobre un trozo de hielo, sobre una Isla. Ahora soy yo quien grita hacia los árboles.

– Escuchad desde las alturas que todo lo sabéis. Intentadlo.

Las lágrimas enjuaga mis ojos. Aparecen formas frente a mi.

Andar sin llegar a nada hasta convertirse en camino

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Abro los ojos. El día es cálido y el sol está más cerca que de costumbre. Una suave neblina lo envuelve todo.

-El sol es distinto. Susurro

-Cierra los ojos insensato!. Mi propio báculo me golpea.

La niebla es más densa. Todo se borra. Una blanca oscuridad me rodea. Estoy ciego. Por un escaso momento me ha rodeado la angustia. Todo el blanco, como la nieve. Miro al suelo y a pesar de no ver mis pies pues está todo blanco, la sensación de familiaridad me alcanza. ¿Dónde está el bosque del cuervo y los árboles que todo lo saben?

Doy un par de pasos. La pequeña niña poeta me tira de la mano. No te muevas. Pero es tarde. Noto como he chocado frontalmente contra algo. Un tronco de un majestuoso árbol probablemente y que no alcanzó a ver. Me doy cuanta que mi cuerpo está frío al notar descender la sangre cálida desde mi nariz hasta mis labios. Su sabor es metálico. Otra cicatriz. Un recuerdo. Una audiencia. Una vez viví sobre un trozo de hielo. Noto como la sangre se precipita hacia el suelo, pero no consigo verla. Todo es blanco.

Suena un coro alrededor de mi. Desde las alturas

-No debiste abrir los ojos. Bien venido a la frontera del mundo de las hadas. Te estábamos esperando…

Autofagia

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-No creo aún en mi muerte. Por eso soy una niña, me susurra.

Andamos por el bosque a hurtadillas dejándome guiar por el espíritu inocente de una poeta, indefinidamente.

– desearía abandonar todo esfuerzo. Dejar que vengan y me devoren. En lugar de hacerlo yo. Vuelve a susurrar.

El tiempo es cálido y desconozco si es de día o de noche. Es lo que ocurre cuando uno camina con los ojos cerrado. ¿Quién vendrá a devorarnos?

-Los seres del bosque si no te callas bobo. (esta vez he conseguido desviar mi cabeza el espacio suficiente en el momento adecuado para que Báculo no me golpeara nuevamente, pues si bien la vista descansa, el resto de mis sentidos se han agudizado en el estrecho camino que me separa del origen.

-Los seres que habitan el bosque y se esconden de nosotros. Su voz se agudiza hasta el punto de perforar mis oídos y clavarse en mi cabeza.

El bosque es un espacio hermético que me separa de mis recuerdos.

– Tengo ganas de hablar niña (la palabra-verbo hablar sale de mi boca en un sollozo que se gira al salir y me alcanza por la espalda, como si se tratase de un eco retardado y dilatado en el tiempo). ¿Sabes acaso quien soy o como me llamo?

-solo yo sé quien eres, comenta el báculo.

-No hablo contigo.

– Guarda tus palabras, el bosque te escucha. Los árboles, desde las alturas lo saben todo.

– Los árboles no hablan báculo.

Noto como mi mano es apretada levemente.

– No hay huellas de testigos ni de testimonios. Los árboles te dirán quién eres.

Y de repente aparece el silencio y la ceguera se hace aún más oscura.

Es un día desecho en la vertiente del vacío.

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Camino a ciegas guiado por la pequeña mano de alguien que no consigo reconocer.

Me llegan a la cabeza fragmentos de obras que leí. Viernes 25 de octubre, 1957: es necesario olvidarse de todos.

– descubro que mis poemas son balbuceos. (me susurra la propietaria de la mano) y ya sé quien me guía.

– como Rilke me tomó la mano y me habló suavemente, como si fuese un acontecimiento que me sobrevino en otra vida, muy antigua, inmemorial, y pero más verdadera que ésta, o como si hubiese degenerado en ésta, yo tomo la tuya.

La mano de Pizarnick me guía por tierras de Hadas. – ¿por qué me dejas nombrarte en un mundo donde los nombre están prohibidos?

– Los espíritus no necesitamos cumplir las reglas de las hadas.

Mi propio báculo me golpea girando su mango casi imperceptiblemente para ojos no entrenados.

– Calla! Cuantas veces tengo que recordártelo.

https://youtu.be/cYAjUJ-mOP4

Sin ojos para recordar angustias de antaño.

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– No abras los ojos ahora. Estas en tierras de hadas. Un pixie trataba, lanzando piedras de advertirte. Los extranjeros no sois bien recibidos. (la voz suena lo suficientemente lejana como para saber que no es báculo quien me habla, ni tan cercana como para averiguar la distancia exacta, una voz infantil, inocente) .

Si no hubieses sido por la pesadez de los párpados y la sensación de humedad que sentía sobre ellos los hubiese abierto sin reparo.

– Ungüento de Hadas! Ungüento de hadas! (las hojas susurran estas palabras en todas las direcciones) .

Las palabras se  resguardan en las aristócratas ramas de los árboles. Si, los árboles desde las alturas, lo saben todo (recordadlo).

-¿Qué es Isla Polar, báculo?

-Calla necio.

-No recuerdo mi nombre.

-Fue tu última decisión. Si no nombras, permanece.

-¿Quién eres báculo?.¿Por qué no puedo abrir los ojos? ¿Quién nos acompaña?

-Calla necio. Demasiadas preguntas ante la urgencia de silencio.

Me vuelvo a poner de pie. Mis oidos se agudizan, alguien viene andando hacia mí. Alguien pequeño pues los pasos apenas hacen crujir las hojas sobre las que camina.

Sujeta mi mano. Su mano es pequeña. Delicada. Pizarnick vuelve a mi cabeza.

«Desnudo desnudo de sangre de alas
Sin ojos para recordar angustias de antaño»

Ampáralo, niña ciega del alma

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Desde que era niño la inmortalidad me asusta, pero si hay algo que me asusta más que ello es desorientarme en mi camino. Y ahora, precisamente, estoy inmóvil y desorientado en el lugar que ocupo

Anclado al suelo  a diferencia de los celícolas, solo puedo caminar. No hay prisiones en los bosques. Cuando mengue el terror iniciaré el camino.

El dolor de mis dedos engarrotados me devuelven de la abstracción. Si el báculo fuese menos resistente quizás lo hubiese roto, mis dientes tintinean y mi piel se tensa.

Miro a la copas de los árboles con sus hojas bailadanzando, lo cual es raro pues el viento ha cesado y parece que se burlan de mi. Si, los árboles, desde la altura lo saben todo.

Noto como pequeñas piedras golpean mi cabeza y a pesar de girarme buscando el origen de las mismas solo consigo cambiar el ángulo del trayecto y que sigan golpeando mi cabeza como si se tratase de una Diana. Casi diría que oigo risas pero no consigo asegurarlo. Los impactos cesan cuando elevo mi báculo como acto reflejo para cubrirme la cara. Al igual que las risas

– Cuidado con las Hadas. Es entonces cuando doy el primer paso al ser consciente que el báculo me ha hablado a la vez que lo dejo caer.

– Ten más cuidado desagradecido! No me dejes aqui insensato. Ya es suficiente el dolor que me ha ocasionado la piedra con la que he chocado.

Las copas de los árboles rumorean (si, repito que los árboles desde las alturas, lo saben todo), se agitan y recupero el báculo del suelo más por temor a que siga hablando que a otro motivo que se me ocurra.

Lo examinó detenidamente y creo que todo ha sido una alucinación auditiva. Así que dejo de mirarlo y lo apoyo de nuevo

– Tonto. (escucho, pero esta vez no suelto el báculo). Soy el único que sabe quién eres y te mantiene unido a Isla Polar.

Del mango del báculo brota una yema que alcanza mi muñeca, la rodea y me une a él.

– ya no volverás a dejarme caer.

Esta vez el golpe que recibo sobre mi cabeza a pesar de no ser doloroso me hace perder el equilibrio. El bosque se oscurece. Es lo último que recuerdo de este momento: oscuridad, silencio y un verso de Pizarnick.

«Ampáralo, niña ciega del alma»